La salud es un estado de bienestar físico, social y psicológico, y no solamente la ausencia de enfermedad, haga clic aquí para más información. Esta definición, repetida hasta la saciedad desde que en 1948 fuera adoptada como santo y seña por la OMS. Aunque marginada de hecho por una parte nada despreciable de las disciplinas tradicionalmente encargadas del estudio de la salud, adquiere perfiles novedosos a la luz de una doble consideración.
El primer paso de un modelo de salud encadenado a la enfermedad y centrado en la presencia dentro del sujeto de síntomas físicos o psicológicos. A un modelo en cuyo epicentro se sitúa la presencia de indicadores y condiciones que promueven y facilitan el bienestar. Y la inevitable consideración, después, de que ese estado de bienestar no puede tener otro protagonista que no sea un sujeto inserto dentro de determinadas coordenadas socio-históricas.
La consideración de un sujeto suspendido en el vacío. Un sujeto biomédico protagonista de una psiquiatría biológica santo y seña de la Psicología clínica tradicional, es una pura entelequia. No existe tal sujeto: le faltaría «humanidad» (John F. Herbart) carecería de estructura psíquica superior (Vygotski). Sería incapaz de desarrollarse como persona en el sentido psicológico del término (Mead), carecería de identidad de acuerdo con las propuestas de Festinger y Tajfel.
En una Psicología que pretenda responder con garantía a los retos que plantea el mundo de hoy. Se hace imprescindible tomar en consideración un sencillo supuesto que goza de un sólido respaldo teórico y empírico. La salud es un estado de bienestar que tiene como protagonista a un sujeto socio-histórico.
Un concepto de salud centrado en condiciones que promueven el bienestar era el que nos había prometido la Psicología positiva (Snyder y López). En sus primeras formulaciones. Y sin necesidad de hacerlo explícito, recogía en toda su extensión la filosofía de la OMS al hacer de su objetivo la concreción de un cambio. En el enfoque de la Psicología a fin de pasar de la preocupación exclusiva por remediar los malos pasos en la vida a interesarse. También por construir condiciones positivas (Seligman y Csikszentmihalyi) capaces de asegurarnos la presencia de holgados y satisfactorios niveles de bienestar. En la dimensión física, social y psicológica de nuestra existencia. Muchas personas piensan que la Psicología es esa especialidad que se ocupa fundamentalmente de los problemas de la gente, se lamentan Avia y Vázquez, para reclamar de inmediato el estudio de las emociones positivas.
En una palabra, la Psicología debe tornarse una ciencia de la experiencia subjetiva positiva, de los rasgos individuales positivos, y de las instituciones sociales positivas como vía para incrementar la calidad de vida, y como herramienta para prevenir las patologías cuando la vida se nos pone cuesta arriba y el mundo que nos rodea pierde su sentido. La alusión a la experiencia subjetiva, a los rasgos individuales e incluso a las emociones positivas no constituye sorpresa alguna en nuestro campo, pero la presencia de las instituciones sociales como ingrediente de un modelo de salud positiva supone un salto cualitativo que no puede pasarnos desapercibido.
Una Psicología positiva necesita tomar en consideración a las comunidades positivas y a las instituciones positivas, insisten los autores (Seligman y Csikszentmihalyi,), una interesante consideración que, desgraciadamente. Ha pasado desapercibida en el desarrollo posterior de una psicología positiva cuyo punto culminante, dicen sus autores (Seligman). Lo constituye una clasificación de 6 virtudes y 24 fortalezas del carácter.
Se han diluido las comunidades y las instituciones positivas, y sólo nos quedan individuos aislados del medio. Volvemos al principio el protagonista de la salud o del trastorno mental es un sujeto suspendido en el vacío
Ello no obstante, la conexión entre salud mental y positividad o negatividad de las instituciones y de las comunidades. Sigue siendo un marco de referencia al que, más allá de la deriva que ha acabado por tomar la psicología positiva. No podemos renunciar, entre otras razones, porque es el marco que permite plantar cara al sujeto biomédico, heredero de la psiquiatría biológica, porque es el único marco en el que tiene cabida el sujeto socio-histórico. Esa fue la clave teórica de esa descomunal obra que es «El Suicidio», una de las obras maestras en toda la historia de las ciencias sociales, de la que tanto podría aprender todavía la Psicología, la clínica y la no clínica.
La posición de Durkheim es sobradamente conocida, y más allá de las clásicas aportaciones de Faris y Dunhan (1939), miembros de aquella soberbia Escuela de Chicago, de Hollingshead y Redlich (1958) y, más recientemente de Belle (1991) en torno a las relaciones entre clase social y salud mental, la necesidad de un acercamiento psicosocial a la salud mental goza ya de una cierta presencia, todavía tímida, en nuestra Psicología (Álvaro, Torregrosa y Garrido, 1992; Barrón y Sánchez, 2001; Sánchez, Garrido y Álvaro, 2003). No deja de ser significativo, además, que los conceptos y parámetros centrales manejados en estos tres (los de apoyo social, integración social, anomia) tengan a Durkheim como punto de partida.
Desde la perspectiva psicosocial, lo que se pretende es retomar el estudio de las relaciones entre algunas manifestaciones de la salud y determinados componentes del ordenamiento social aunque introduciendo un matiz decisivo que nos aleja de ese holismo determinista que defiende la prevalencia inexcusable de lo social (el estado moral de la sociedad) sobre lo individual, para acercarnos a posiciones de marcado sabor socio-histórico, centradas en los sentimientos, en las creencias y en la experiencia que las personas tienen respecto a determinados aspectos del orden, de la realidad y de las relaciones sociales.